viernes, 9 de noviembre de 2012

CITA EN PALACIO



¿Habéis probado alguna vez a ir a un evento de actividades para niños y mayores, en un recinto cerrado, con una niña de siete años, un niño de cuatro y dos gemelas de veintidós mese durante dos días? ¿No? Pues...no lo hagáis. Nosotros estuvimos hace un par de fines de semana en Cita en Palacio, y es perjudicial para la salud. Para la de los padres, digo. Bueno, y para la de algunos monitores. Y si no, que se lo pregunten a las almas cándidas que estaban al cuidado de los niños en la ludoteca. ¡Pobres! Una de las veces que fui a llevar a Juangui, después de comer, les dije: “Ponerles la pegatina con el nombre y el teléfono, que se le ha caído”.Y me dice la muchacha de la puerta: “Sí, claro, si a este ya lo tenemos fichado”. Y le puso en la pegatina: “Juan. VIP”. ¡Toma ya! ¡VIP!  Sí. Sí… si al menos fuera VIP por algo de verdad “important”… ¡Qué cruz! Con razón la primera vez que fui a ver a mis dos mayores a la ludoteca me miró un monitor con cara de pena y me preguntó “¿Usted es la madre de Juan?”. Yo me quedé pensativa un rato, primero por lo del “usted” y después porque no sabía si responder sinceramente o no, pero como  mi hijito tenía los ojos clavados en mí, seguramente preguntándose por qué tardaba yo tanto en responder, no pude mentir, pero tampoco dije la verdad. Me hice un poco la loca y fingiendo toser dije un sí entreverado y la cosa (creo) no quedó muy clara. Pero dio igual, porque a los dos segundos ya me estaba llamando mi vástago con un “mamá” que no dejaba lugar a dudas, no ya tanto por el significado de la palabra en sí como por el grito súper -híper-ultra-huracanado con que lo dijo. ¡Qué delicia de hijitos! 
Otra de las veces que fui a verles me asaltó de nuevo el monitor para contarme que mi “Very important person” que custodiábamos a medias sólo había llorado unas cinco veces en dos horas. Y se me quedó mirando con una expresión rara cuando yo simplemente dije “¡Hay que ver, qué  niño!”  y me di media vuelta y salí de allí, dejándole con el susodicho. ¿Qué esperaba? He pagado la entrada y no he visto en ningún sitio que no puedan entrar llorones. ¡¡¡Para un día que puedo dejarlo en algún sitio!!!
Si al menos el muchacho supiera lo que me esperaba fuera de allí, seguro que se habría apiadado de mí en vez de lanzarme esa mirada de odio.
Entre medias de la gente estaba mi marido con las dos gemelas (¡las dos!) en brazos.  Y el pobre con cara de angustia intentando evitar que se les escaparan.  Me encaminé hacia él pero de pronto se interpuso en mi camino una azafata, muy mona ella, preguntándome si sabía qué actividades iban a desarrollarse a continuación. Le dije que no, sin apartar la vista de mi marido que se desvivía por sujetar a las pequeñas y dejé que me informara sobre las maravillosas actuaciones que estaban planificadas. Me interesó una de marionetas que iba a comenzar en cinco minutos y pensé que sería buena idea ir con las niñas. A ver si con mucha suerte, se quedaban dormidas. Dejé de lado a la chica y llegué a la altura de mi esposo en el preciso instante en que una de las malignas se lanzaba al vacío.

“¿Vamos al teatro de marionetas?”, le pregunté. “Bueno…” dijo con tono desfallecido.  Total, que fuimos a la sala donde iba a empezar el evento. Y fue un llegar e 
Las niñas campando a sus anchas (obsérvese el detalle del pie de  Bea)
irnos. Vamos, que antes de que le diera tiempo a las marionetas a presentarse, ya habían recorrido las  niñas la sala unas cinco veces con los zapatos quitados, molestando a otros niños, subiéndose en las sillas, tirándose por los suelos… “Querido, ¿nos hemos dejado el bozal y las cuerdas en casa?” No, no eran para ellas, eran para mí, para no morderlas y para poder ahorcarme por tiempos... Unodostrescuatrocincoseissieteochonueveydiezzzzzzzzz… ¡¡¡Arrrgggghhh!!! 

En fin, cogimos en volandas a las satánicas y salimos de la sala. “Tanta paz llevéis como paz dejáis”, debieron de pensar los asistentes. Y con más razón que un santo. La verdad es que el único remanso de tranquilidad que tuve en los dos días que fuimos al Palacio de Congresos fue cuando entré yo sola a un recital de piano que dio Javier Perianes. Y no fue una tranquilidad absoluta, ni mucho menos, porque hay gente que parece más infantil que mis niños. No saben que no se debe entrar a una actuación de música clásica cuando esta ha comenzado.  
Admirable que el  intérprete no se perdiera ni se equivocara en una sola nota, pero sí que miró a las puertas de la sala un par de veces. Y después siempre está “el del papelillo del caramelo”. ¡Por diossssss!!! ¡¡Que esto no son los toros ni el fútbol!!  ¿De verdad la gente no se da cuenta de lo que molesta con esas cosas? Si yo hubiera sido Javier,¡¡les hubiera tirado las partituras a la cabeza!!!  ¡¡Pero no las partituras de lo que estaba tocando, que eran piezas, cortas, no, sino otras más gordas, como las de la tercera de Mahler, que seguro que hacen más pupa!!Pero bueno, aún así, me resultó un bálsamo el concierto. Me relajó muchísimo y me ayudó a afrontar las siguientes horas con otro espíritu.  Que falta me iba a hacer.


Después del fracaso de las marionetas, probamos en una actividad de circo. Habían instalado un trapecio donde una chica realizaba ejercicios y los enseñaba a los niños y después ellos se podían subir a practicar. Me quedé allí con las gemelas mientras mi amantísimo iba a por los otros dos. ¡¡Y vaya horror!! No hacían más que subirse en las colchonetas.  Eso sí, descalzas, que no sabrán hablar ni hacer casi nada pero quitarse los zapatos y comer, eso lo hacen estupendamente. Y encima, como le hacían gracia a los otros niños, los tenían alborotados. Todos fuera de la fila… todos queriéndolas coger…  Y yo, “a ver, nene, no cojas a la niña, que pesa mucho, si es casi como tú”, “a ver, nena, deja a la niña tranquilita, ¿¿no ves QUE LA VAS A ESTAMPAR CONTRA EL SUELOOOO, eh, ricura?”
¡¡De verdad, de verdad, qué estrés más grande!!  Al fin, llegó mi marido con los otros hijos, y vi el cielo abierto. ¡¡HELP!! Las bajamos de las colchonetas y las llevamos a otras menos concurridas y más saludables (para ellas y sobre todo, para sus papás). Y allí pasamos un buen rato. Julia se subió en el trapecio e hizo sus pinitos. Y después hubo un espectáculo de circo que hacían los propios monitores. Eso me gustó mucho, y sí que estuvimos más o menos tranquilos, pues nos pusimos en el extremo de una zona y había un pasillo enorme para que las gemelas corrieran a sus anchas sin molestar.




Después de eso, fuimos a un taller de globoflexia que se daba en una pequeña sala. Llena hasta arriba de padres y niños. Pues bien. Cinco minutos. ¡¡Cinco minutos duraron las niñas quietas!!!  Luego, se querían bajar, andar por la sala (otra vez descalzas), tirarse por el suelo, subirse al escenario… y yo las dejé, porque había tanto alboroto que pensé que el globoflexero no se daba cuenta o no le importaba, pero de pronto dijo “a ver, esta niña, quién es el padre”. Yo miré a mi marido y no sé cómo lo había conseguido, pero resulta que estaba debajo de la butaca, escondido. Me dieron ganas de decir a voz en cuello “no sé quién es el padre”, pero me lo pensé mejor y me callé porque iba a ser yo la que quedara MUY mal. En fin, que al final tuve que subir al escenario (menuda vergüenza, siempre he querido subir a un escenario, pero bajo otras circunstancias) y bajar a las niñas casi a rastras porque, como es lógico, no querían venirse conmigo ni bien ni mal…  Así que nos tuvimos que salir también de allí, antes de que terminara el tema.  ¡¡¡Oooommmmmmmmmmhhhhh!!! 
Yo saliendo del escenario (glup)
Esperamos a que salieran los mayores con sus perritos de globo y por fin, nos volvimos a casa. Por supuestísimo entre lloros, quejas y gritos de los cuatro, claro, no podía ser tan fácil salir de allí…

Y el domingo, más de lo mismo.  Estuve a punto de no ir yo de nuevo con las gemelas porque, sinceramente, tanto mi marido como yo habíamos terminado psicológicamente agotados el día anterior. Sólo se fue él con los mayores, pero al rato me llamó para que fuera yo también porque iban unos amigos. Y no sé cómo lo hace, que siempre me convence. Así que allí fui de nuevo yo, con los bichos.  Como llegué a la hora de comer nos fuimos de tapeo, qué ruina más grande con estos niños, que cualquier día me comen a mí por una pata. Al menos cuando volvimos al palacio metimos a los mayores otra vez en la ludoteca y los adultos nos tomamos unos copazos de ginebra granadina y tónica que estaba para chuparse los dedos.  Lo que no consiguieron fue ahogar nuestras penas, pero casi…


Por fin, dieron las ocho de la tarde, hora de cerrar. Fui a por los herederos mayores y me despedí amablemente de los monitores, mientras mi hijo lloraba porque nos teníamos que ir, y no sé por qué, pero me pareció verle al muchacho una ligera sonrisa de alivio, no entiendo la causa, la verdad…
Y la frase “¿Cuándo volvemos al palacio, mami?” ha sido el hit más escuchado en la semana.
Me alegro de que nuestro sin vivir haya servido para que disfruten los peques, al menos.